Sólo podemos empezar la crónica de la añada 2016 manifestando nuestra alegría, pues como leeréis a continuación, fue un auténtico regalo. Es por ello que merece los calificativos justos y una extensión medida, sin ornamentos. Se podría decir que prácticamente todo salió a pedir de boca.
Podemos definir la añada 2016 como la soñada para un elaborador: Con una climatología casi a demanda. Llovió cuando tenía que llover, no hizo mucho calor en verano, las temidas heladas de primavera para una variedad tan sensible como el Bobal pasaron sin muchos daños… y la maduración fue perfecta. Además la vendimia fue de las más tranquilas que recuerdo y pudimos esperar a vendimiar cada parcela en su justo momento.
Tal vez ayudó mucho el ser el segundo año de vendimia en la nueva bodega de vinos. También el hecho de que Ana se incorporase de nuevo en las labores de campo y estuviera con nosotros todo el tiempo, eso sí, con Jimena colgada como un pin…
La cosa pintaba mal a final de verano, después de un periodo de sequía tremendo (más de 6 meses sin llover). Las uvas empezaban a deshidratarse y tuvimos que arrancar con cierta premuera la vendimia del vino Rosé y alguna parcela de los viñedos destinados al vino tinto Got. Pero, por suerte, a principios de septiembre cayó un pequeña tormenta de 5-8 litros por metro cuadrado que refrescó el ambiente y cambio el curso de la añada.
Fue entonces cuando tuvimos que sacar los polares del armario, las uvas volvieron a hincharse y terminaron lentamente su maduración. Posteriormente, con paciencia y la tranquilidad de que todo estaba bajo control, se pudo vendimiar, seleccionar la uva y realizar el resto de trabajos de la bodega.
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